En el futuro no van a existir emprendimientos hortícolas sin inclusión social
En la Argentina, la actividad hortícola suele ser descripta como informal: la escasa registración en la contratación de personal, el arrendamiento de la tierra, la compra y aplicación de insumos químicos o incluso la comercialización de la mercadería, son algunas de las principales problemáticas que presenta actualmente el sector.
Para tratar de cambiar ese panorama, la Fundación Horticultura Argentina Sustentable (HortiAr) trabaja en el periurbano plantense para capacitar a productores locales en -como su nombre lo indica- temas de sustentabilidad productiva y social. “Desde hace diez años nuestro trabajo se estructura en tres patas fundamentales: reducción de agroquímicos, cuidado del medio ambiente y Responsabilidad Social Empresaria”, explica a Revista InterNos Daniel Tawil, que es ingeniero agrónomo e impulsor de la fundación, en la cual ocupa hoy el cargo de Director Ejecutivo Nacional.
Desde lo productivo, la Fundación realiza capacitaciones técnicas para reemplazar, a través de distintos métodos, el uso de insecticidas y fungicidas. Se trabaja con control biológico o manejo integrado de plagas, lo que significa la suelta de insectos nativos y benéficos que se alimentan de insectos causantes de enfermedades. Además, se poliniza con abejas, lo que requiere limitar la aplicación de agroquímicos al mínimo posible. “El control biológico es cada vez más eficiente, por eso creo que los fitosanitarios no tienen futuro. Incluso la misma demanda los va a desplazar. Cada vez más el consumidor está interesado en conocer qué está comiendo. Y cada vez más el productor está interesado en aplicar Buenas Prácticas Agrícolas y certificarlas”, señala Tawil sobre este punto.
El otro eje que motoriza el trabajo de la Fundación es el aspecto social. Para eso, dispone de del área de Proyectos Sociales, mediante la cual promueve la integridad de los trabajadores rurales que se desempeñan en las fincas del cinturón verde de La Plata. Lo hace articulando la tarea con los productores, campo adentro. ¿De qué manera? Básicamente, se insta a todos ellos a incorporar trabajadores sociales dentro de su estructura para asegurar el bienestar de los peones rurales y sus familias.
Contar con un trabajador social es un aspecto básico para integrar la Fundación. Su trabajo es aplicar protocolos con exigencias que garanticen buenas condiciones laborales y de vivienda. Al principio, muchos productores estaban desorientados con la propuesta; pero con el correr del tiempo fueron naturalizando su importancia y hoy muchos los consideran indiscutibles, “como a los propios ingenieros agrónomos”, cuenta Tawil. “De a poco los productores van entendiendo que el consumidor del futuro buscará en los alimentos atributos no solo de calidad e inocuidad, sino con perspectiva social. Además de comer un buen tomate, querrá asegurarse que la finca de donde salió no tiene trabajo infantil”, agrega.
Claudia Cendoya es trabajadora social y Coordinadora de Proyectos Sociales en HortiAR Sustentable. Las acciones que coordina el área de Cendoya son múltiples y en todos los casos buscan promover el bienestar, no solo de los trabajadores rurales sino también de sus hijos, con quienes conviven en las fincas.
“La incorporación de un trabajador en los campos fue generando tranquilidad en las familias productoras. Fue un trabajo minucioso, de hormiga. Hicimos mucho hincapié en aspectos fundamentales como la prevención del trabajo infantil. Si bien entendemos las distintas perspectivas culturales, sabemos cuáles son los derechos de los niños, y sus necesidades”, explica a InterNos
En ese sentido, el rol de los asistentes sociales se centra en temas como la escolaridad -que ninguno niño abandone la escuela por trabajar- o la aplicación del calendario obligatorio de vacunación, entre otras cosas. Muchas de estas acciones se articulan de manera conjunta con la Comisión Provincial para la Erradicación del Trabajo Infantil (COPRETI) de Buenos Aires.
Además, durante los meses de verano, la Fundación organiza talleres recreativos, actividades de inteligencia emocional y visitas guiadas a puntos turísticos de la ciudad. También controla activamente que durante su período fuera del colegio los niños de la zona no realicen tareas a campo.
Por otro lado, en conjunto con organismos gubernamentales o no gubernamentales, la Fundación tiene la posibilidad de abordar problemáticas como alcoholismo o violencia de género que puedan darse hacia dentro del núcleo familiar. El camino recorrido en la última década les facilita el diálogo con la fiscalía y, por lo tanto, proporciona mayores herramientas para intervenir en estas situaciones.
Actividades recreativas organizadas por el equipo de Proyectos Sociales de la Fundación.
Tanto Cendoya como Tawil insisten en la necesidad de una horticultura con función social. Desde lo productivo -reducir el impacto en el ambiente- y desde lo social, por partida doble: cuidar al consumidor, pero principalmente cuidar a quien produce los alimentos.
“Pensá que la horticultura es una industria manufacturera y por lo tanto mano de obra-dependiente. Tenes una cantidad muy grande de gente trabajando cuando estás cosechando una hectárea de tomate. Multiplicá por la cantidad de hectáreas, de invernáculos, de fincas. Vas a llegar a la conclusión de que, si la horticultura pudiese generar situaciones de Responsabilidad Social Empresaria, el impacto sería muy importante. Hay que valorizar el capital social y a la gente, ya que la horticultura, por más que se pueda modernizar, nunca va a poder prescindir del trabajo humano”, concluye Tawil.
Fuente. revista InterNos