Transición energética: mitos, realidades y desafíos para la Argentina
Recientemente en la Argentina se han desatado multiples discusiones alrededor de las tensiones entre el desarrollo y el impacto mediomental de la actividad humana. Estas discusiones suelen esconder, muchas veces, la situacionalidad y el contexto en que se desarrollan. En nuestro caso, en un país geopoliticamente periférico, en desarrollo, con una economía altamente condicionada por la abultada deuda externa y un gran porcentaje de la sociedad empobrecida.
Generalmente el núcleo de los debates sobre cambio climático es la cuestión energetica, más concretamente la llamada «transición energética». Recientemente el ojo mediático y social estuvo puesto sobre las inversiones anunciadas para producir hidrogeno verde en el país, en los diversos proyectos de explotación de litio que existen en el país a manos de capitales extranjeros y también en la polémica desatada por el anuncio de exploraciones de hidrocarburos offshore en el mar argentino, a 400km de la costa de Mar del Plata.
¿Qué es y cuándo se empieza a hablar de transición energética?
SI bien la denominación emerge en Alemania en contra del plan nuclear de este país en los años ‘70, podemos situar un quiebre o cambio de paradigma respecto a la producción de energía a nivel global a partir de la crisis del 2008.
Por un lado, desde principios de los 2000 se empiezan a reconocer, a nivel global, los impactos medioambientales de la utilización de combustibles fosiles para la generación de energía, que está ocasionando el aumento de la frecuencia e intensidad de los fenómenos climáticos. En los organismos internacionales se imlusaron, también por esos años, consensos que permitieran establecer metas para todos los países a los fines de reducir la emisión de gases de efecto invernadero (GEI), reconocida como la principal causa del calentamiento global. Un ejemplo es el Acuerdo de París firmado en el 2015, en el marco de la Convención de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático, al cual nuestro país suscribe.
Sin embargo, poco y nada se han reducido las emisiones de GEI desde entonces, muy por el contrario han ido en aumento, teniendo un pico en 2018 y un descenso abrupto en 2020 producto de la caída de la actividad económica por la pandemia.
Este proceso de descarbonización implica abandonar la utilización de combustibles fósiles como gas, carbón y petróleo en la generación de energía (transporte y eléctrica) y avanzar en la utilización de energías renovables a base del sol, el viento y el mar, reduciendo las emisiones de GEI. Este proceso implica una transformación total de la infraestructura energética, tecnológica, industrial y productiva a nivel global de escalas inigualables.
La geopolítica como telón de fondo
Existe una lógica política y económica que explica las políticas de transición energética que va más allá del reconocimiento de los daños de la actividad humana tal y como ésta se lleva a cabo actualmente. Por un lado, está intimamente vinculada con la disputa geopolítica entre las potencias hegemónicas, EEUU y China. De hecho si recurrimos a la historia, podemos concluir que siempre que hubo cambios en la geopolítica del poder global, este proceso estuvo acompañado de una transición energética y de un cambio tecnológico dominados por el país que se consolida como hegemonía: en el siglo XIX fue el caso del carbon, en el XX el petróleo y hoy es el caso de las energías renovables. En la actualidad, China controla y lidera el mercado de las energías renovables, desde sus aspectos industriales hasta los científico-tecnológicos. En este sentido, la capacidad instalada total de China para la generación de energía renovable alcanza el 30% de la capacidad global. Desde 2010, ha invertido mas de $800 mil millones de dolares en nueva generación de energía, lo que representa el 30% de la inversión total mundial durante ese período.
Por otro lado, la transicisón se vincula con la logica del propio sistema capitalista-financiero y con la necesidad de seguir generando riqueza a partir de la innovación, por parte de grandes coorporaciones transnacionales. La crisis financiera del 2008 dejó en evidencia la necesidad de apuntalar un nuevo cambio tecnológico que permitiera crear nuevos mercados, nuevos bienes y servicios. Y es por ello, que la reconfiguracion de la infraestructura energética global no puede dejar de comprenderse en el marco de este proceso.
Desde el 2013 el mercado de las energías renovables es uno de los más rentables. Tal es así, que en 2019 se invirtieron 282.200 millones de dólares; mientras que los costos de producción descendieron un 73% en el caso de la energía solar y un 23% en el caso de la energía eólica, entre 2010 y 2017.
Esto evidencia que más alla que los centros de poder mundial prioricen retóricamente la importancia de trabajar por un futuro ambientalmente más sostenible, lo que se juega en el fondo es la creación de nuevos nichos de acumulación de riqueza donde estos jugadores puedan sostener sus posiciones dominantes.
De hecho, las corporaciones energéticas y tecnológicas -junto con las farmacéuticas- han sido las grandes ganadoras durante la pandemia y la crisis económica adyacente. De acuerdo a datos de Bloomberg en 2020 se invirtió la suma récord de 501.300 millones de dólares en la «descarbonización». Las cinco Big Tech: Amazon, Apple, Alphabet (Google), Microsoft y Facebook son las que más invierten en energías renovables.
Fuente: Sofía de Nícolo- El Destape