En el sur de Córdoba y el sudeste de Buenos Aires, los maíces “petisos” y “cortos” sacan altos resultados
Al pie de la denominada “Sierra de los Comechingones”, en la zona de Elena, en el suroeste de la provincia de Córdoba, Diego Gallo siembra cada año unas 300 hectáreas, distribuidas mitad y mitad entre soja y maíz.
Por las características pluviométricas de la zona, en el caso del cereal la preferencia es por los planteos tardíos, para aprovechar las lluvias que llegan con el final de la primavera y comienzo del verano.
Tal estrategia demanda un ajuste permanente de las tecnologías, por eso Gallo decidió probar este año con un nuevo híbrido: el ST 9820-20 de Stine, más conocido como “El Petiso”. Los resultados fueron tan alentadores, que ya decidió que para la próxima siembra incorporará más superficie implantada con esta variedad.
“Lo sembré como maíz de segunda el 6 de diciembre y hoy lo desgranas y debe tener una humedad de entre 17 y 18%, cuando otros híbridos sembrados el mismo día están en 25 o 26%. A los ‘petisos’ ya vamos a estar cosechando algunos a principios de julio, y los otros recién en julio”, destaca como uno de sus beneficios.
En la práctica, significa un ciclo más corto que permite que el cultivo escape a las heladas: este año, por ejemplo, hubo tres jornadas con fuertes temperaturas bajo cero a fines de marzo, una época en que todavía el maíz tardío está en períodos clave para la definición de rendimientos.
Pero lo más significativo para Gallo es su porte: con apenas 1,50 metros de alto, es una opción ideal para esta zona del país caracterizada por fuertes vientos. “No tiene tanto quebrado de caña, no se rompe con las tormentas. Tuvimos una fuerte hace poco, y a estos no les pasó nada, ni siquiera plantas quebradas. En los otros veías muchos tumbados y quebrados”, explica Gallo.
¿Más ventajas? “Con una pulverizadora bien alta podés pasar y aplicar sin problemas”, menciona. “Al tener porte bajo de plantas, es más liviano para una cosechadora, genera menos rastrojos que un híbrido de 2,20 metros. Y eso implica más eficiencia en la cosecha y menos gasto de combustible porque gasta menos potencia”, agrega.
El “corto”
Bastantes kilómetros más al sur, en el Partido de Lobería, del sudeste de Buenos Aires, José Antonio Larrauri también apuesta por el maíz. Y en el caso de los planteos de segunda, hace cuatro campañas que elige el ST 9734-20 de Stine, denominado “El Corto”.
Su nombre ya lo dice todo: se caracteriza por tener un ciclo bien acotado, con madurez relativa a los 111 días, lo que también permite aprovechar bien las lluvias de primavera y verano, y evitar las heladas que en esa zona del país comienzan en marzo.
“Tiene muy buena velocidad de secado, muy buena resistencia de caña y satisfactorio peso de mil granos. Su relación ciclo-potencial es clave para esta región donde tenemos una ventana del cultivo muy corta”, resume Larrauri sobre esta variedad.
Sobre este punto, menciona que no era común en el sudeste de Buenos Aires la siembra de maíces de segunda, por detrás de cebada (fundamentalmente) o de trigo, pero que se están adoptando cada vez más, de la mano de variedades como esta de Stine.
Y los rendimientos que está logrando son alentadores: de promedio, por campaña, ronda los 50 quintales por hectárea.