El Mercosur, un proveedor de alimentos en la mira del nuevo mundo
La invasión rusa a Ucrania y los cambios sobrevinientes, cuyos alcances no están claros aún, replantea el rol de los alimentos y del Mercosur en la geopolítica global. Este gran tema fue el eje del panel “El rol de la región como proveedora de alimentos” del XVI Congreso MAIZAR, moderado por Marcelo Regúnaga, coordinador en Argentina del Grupo de Países Productores del Sur, en el que disertaron Nicolás Albertoni, profesor de la Universidad Católica del Uruguay; Romina Gayá, especialista en Comercio Internacional y Economía del Conocimiento, y Nelson Illescas, director de la Fundación INAI.
Nuevas alianzas y flujos de comercio, precios más altos, que para algunos países son un problema y para otros una oportunidad, dibujan un escenario incierto y desafían la seguridad alimentaria, planteó Marcelo Regúnaga, coordinador en la Argentina del Grupo de Países Productores del Sur y moderador del panel “El rol de la región como proveedora de alimentos”. Allí se abordaron aspectos comerciales y geoestratégicos: al término offshoring (inversión extranjera, en función de reducir los costos de la cadena de valor) le surgen competidores como reshoring (relocalización de inversiones), nearshoring (inversión y provisión en locaciones cercanas) y friendshoring (inversión en países amigos, de mayor afinidad cultural y fiabilidad de abastecimiento).
La guerra no terminó y no se sabe cómo se reorganizarán la geopolítica y las alianzas mundiales ante una disrupción que alteró el comercio mundial de granos y fertilizantes, dijo Regúnaga al darle la palabra a Nelson Illescas, quien hizo foco en los precios y las respuestas de los países y el caso de la Argentina. La guerra, dijo, afectó las commodities agrícolas, energéticas y minerales, que alcanzaron precios récord a partir de la salida del mercado de Ucrania, cuarto exportador mundial de maíz, y las sanciones económicas a Rusia, que perdió así relevancia como proveedor de fertilizantes, petróleo y gas, en un mercado mundial que venía de un año previo de aceleración global de la inflación.
Aunque en los últimos dos meses el índice de la FAO de precios de los alimentos se retrajo levemente, dijo Illescas, están por sobre los de 2011, el año de la Primavera Árabe, y acicateados también por el aumento del precio de sus insumos: energía y fertilizantes.
Además, dijo Illescas, medidas no adecuadas, como las restricciones a la exportación que impusieron países como la Argentina e Indonesia (que cerró las ventas de aceite de palma, correlacionado con la escasez del aceite de girasol), exacerbaron el aumento de precios, que recibieron un estímulo adicional del lado de la demanda, en la medida que algunos grandes actores del mercado adelantaron compras y contratos o redujeron aranceles, y generaron mayor tirantez en un mercado con stocks ya restringidos, a lo que se sumó un clima adverso en el Norte, que presagia una menor cosecha en 2023.
En ese contexto, hay un redireccionamiento de los flujos comerciales y aparece una oportunidad para que la Argentina ocupe espacios vacantes. Pero para ello debe demostrar ser un proveedor confiable, avanzar en inversión y producción de fertilizantes y evitar medidas restrictivas de la exportación. Es un mundo incierto, de oportunidad y desafíos, resumió Illescas, en el que la Argentina no ha hecho aún lo suficiente para ganarse la condición de proveedor confiable, y debe repensar su inserción internacional.
Nicolás Albertoni pintó un cuadro geopolítico emergente, no solo de la pandemia y la guerra, advirtió, sino también de tendencias previas, como las crisis migratorias, los desafíos ambientales y los regímenes políticos, las disrupciones laborales por el creciente peso de la tecnología, y cambios demográficos de peso, como el envejecimiento de la población china. Y ese cóctel, resaltó, ocurre en un mundo mucho más interdependiente que el de los ’90, cuando había 40 acuerdos comerciales, contra los cerca de 500 actuales.
De ahí su caracterización del mundo actual: “Incierto, complejo e interdependiente”. Un mundo en el que, además, las sanciones son ya una herramienta bélica y los alimentos “están al borde de ser una nueva arma”, que era más multipolar hace 4 o 5 años, cuando la Unión Europea podía avanzar en la integración energética con Rusia desoyendo a Estados Unidos, pero que parece virar hacia una suerte de G2 de “bipolaridad sistémica”.
En el caso de Sudamérica, dijo Albertoni, no hay un eje claro de agrupación, aunque, en el caso de los alimentos, el nearshoring pasó a ser un elemento estratégico; pero el bloque sudamericano (una unión aduanera imperfecta) difiere del 90% de los acuerdos existentes, que son zonas de libre comercio.
Los acuerdos comerciales en los que el Mercosur no está, concluyó el experto uruguayo, incluyen una variedad de temas que van mucho más allá del acuerdo en sí mismo, abarcando una diversidad temática (por caso, cuestiones de género) que hacen que no ser parte resulte “muy riesgoso”.
Romina Gayá inició su exposición respondiendo a la observación de Regúnaga de que en la nueva diplomacia comercial pesarán más las afinidades culturales y que el mundo afronta un deterioro de la gobernanza multilateral. De hecho, respondió la especialista, el sistema multilateral de comercio está en crisis, su principal organismo, la OMC, “hace 15 años que no logra avances relevantes”, y se ha convertido en una “organización obsoleta”, al tiempo que proliferaron en el mundo acuerdos regionales y de generación de reglas por esa vía, no en un sistema multilateral.
La reciente reunión ministerial de la OMC, dijo Gayá, produjo resultados muy modestos; en el caso de seguridad alimentaria, limitados a “meras declaraciones”. Tampoco el Mercosur, dijo Gayá, hizo avances sustanciales en los últimos 15 años, ni siquiera en el área de alimentos procesados, donde hay mayores barreras y podría haber mayores progresos.
Pero, alertó Gayá, aunque la OMC es “obsoleta” (se necesita darle más flexibilidad, mejorar el sistema de resolución de controversias y darle temas como reglas ambientales y comercio digital), el Mercosur debería aferrarse a ella, “porque es el único ámbito en que podemos conseguir mejores condiciones, donde las decisiones se toman por consenso, vale igual el voto de cada país, y porque allí se pueden definir reglas”.
En un sector tan protegido como el de los alimentos, dijo Gayá, no tener acuerdos es una desventaja, pues expone a los países exportadores a afrontar más aranceles y reglas en las que el bloque no tuvo voz ni voto.
Como tendencia general, y previa a la pandemia y la guerra, Gayá destacó el acortamiento de las cadenas de valor, que debido a los procesos de automatización se volvieron menos intensivas en comercio, y porque Asia, antes motor principal del aumento del comercio, se orientó más al crecimiento basado en el consumo interno.
Por último, señaló, los drivers, las guías que orientan las decisiones de dónde producir, pasaron de la eficiencia a la resiliencia, la capacidad de adaptación y respuesta a los cambios. En el caso de la economía del conocimiento, la experta señaló la pérdida de relevancia de lugares como India y Filipinas durante la pandemia, por la mala conectividad hogareña cuando las personas debieron empezar a teletrabajar, lo que motivó una relocalización hacia países como la República Checa, Costa Rica, Colombia y Uruguay, de mejor conectividad. Y en el caso de la alimentación, el paralelo será el poder satisfacer estándares ambientales y sanitarios y de procesos.
Un escenario en que el reshoring y el friendshoring pesan más a condición, claro está, de garantizar fiabilidad.