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Científicos chilenos desarrollan calendarios bioculturales para afrontar la crisis climática

Científicos chilenos y extranjeros pertenecientes al recientemente inaugurado Centro Internacional Cabo de Hornos (CHIC por sus siglas en inglés), en Puerto Williams, están desarrollando una clase particular de calendarios denominados calendarios bioculturales, los cuales esperan sean una herramienta eficaz para combatir los efectos del cambio climático.

El director del CHIC, Ricardo Rozzi, académico de las universidades de Magallanes y North Texas, Estados Unidos, sostiene que “se trata de instrumentos que combinan conocimientos científicos con los de índole ancestral sobre los ciclos, tanto de la naturaleza como de las comunidades que se han establecido en ella”.

Subraya que con ello esperan “contribuir a una mejor respuesta de la sociedad frente a los fenómenos del cambio global, empobrecida por la pérdida de saberes propios de cada localidad. Esto, a consecuencia de la progresiva adopción universal del calendario instaurado por el Papa Gregorio XIII en 1582”.

Los calendarios bioculturales “identifican los acontecimientos y procesos principales que han modelado la vida en cada lugar, los describen y promueven su valoración para favorecer su conservación y desarrollo”.

La confección de estos instrumentos se ha iniciado con respecto a cuatro zonas geográficas de Chile: archipiélagos del Cabo de Hornos; archipiélagos de Chiloé y Patagonia Occidental; el territorio costero entre Biobío y Chiloé, y la zona altoandina del Norte del país.

Rozzi señala que el calendario gregoriano, cuyos efectos esperan contrarrestar, “fue fruto de estudios realizados en la Universidad de Salamanca que consolidaron uno más de los aspectos de la tremenda homogeneización biocultural, e incluso diríamos opresión eurocéntrica, imperialista o colonialista. Es decir, se suprimieron los conocimientos locales y se puso el calendario de la sabiduría de Salamanca, con la determinación de que el 21 de junio es el solsticio de invierno para el hemisferio sur y de verano para el hemisferio norte, entre otros aspectos”

La memoria de la Tierra

Los autores consideran que los calendarios bioculturales pueden contribuir a la solución de conflictos que se generan a partir de la desconexión entre los diversos aspectos que caracterizan la vida en cada lugar. Están siendo utilizados en la actualidad por la Fundación para la Superación de la Pobreza para analizar los vínculos activos entre comunidades locales y sus heterogéneos ecosistemas.

Estos calendarios también se están desarrollando en otros países, demostrando que se trata de un concepto dinámico y relevante para la reflexión de las comunidades.

El trabajo acaba de ser publicado y destacado en la portada por la revista especializada en ciencias ambientales y de salud, GeoHealth.

El término calendarios bioculturales fue recientemente utilizado por Mariana Landwehr en su tesis de maestría basada en un estudio con la comunidad maya zinanconteca en Chiapas, México. Su desarrollo por el CHIC tiene como base, por una parte, los llamados calendarios ecológicos, definidos como sistemas de conocimiento para medir y dar significado al tiempo basados en la observación cercana del hábitat propio.

Por otro lado, responden al concepto de ética biocultural formulado por Ricardo Rozzi y su expresión a través de “las tres H”: co-Habitantes humanos y no humanos, sus Hábitos y sus Hábitats compartidos.

El antropólogo Ricardo Alvarez, investigador del CHIC y de la Fundación de Superación de la Pobreza, coautor del artículo en GeoHealth, explica la configuración de estas herramientas.

“Pensemos en una comunidad costera que vive en una bahía. Son las sincronizaciones de sus prácticas, calendarizadas a lo largo de un año, con las vidas de otras especies. Por ejemplo, con las gaviotas, que son las que anuncian cuando viene un cardumen de peces y la gente sabe que es momento de salir a pescar. Y también la sincronización con otros ciclos de ese mismo entorno. Por ejemplo, la calendarización de ciertas festividades invernales con respecto al cambio de etapa en la agricultura costera. Hay fechas muy significativas para las familias que coinciden con el inicio de la tarea de preparar la tierra para sembrar”.

A su entender esto queda grabado en la memoria de las comunidades “y la gente ya sabe que el siguiente año y dentro de diez, veinte años, va a haber hitos en los cuales van a coincidir cosas culturalmente muy importantes para ellos, con cosas también muy importantes para árboles, abejas, peces, algas y otras especies”.

Ciclo de la vida

Rozzi subraya que “estos calendarios bioculturales recuperan el trasfondo del concepto cíclico de la vida: creación-destrucción, creación-destrucción. Somos seres transientes y es precioso como los ciclos de estos calendarios bioculturales nos refrescan y nos remecen la memoria, trayéndonos a la conciencia, una comprensión cíclica que no involucra progreso, sino un dinamismo que da vueltas, que gira con variaciones en una espiral. Pero no es una línea del progreso en que podemos justificar el sacrificio de todo lo presente bajo la ‘promesa’ de que el futuro será mejor”.

Mientras que Ricardo Alvarez ha llevado los calendarios bioculturales a los espacios de formulación de políticas públicas en que participa. “Al principio, recuerda, que la cara de quienes escuchaban este concepto era de desconfianza. Pero poco a poco se está entendiendo y aceptando que las comunidades locales no resuelven sus problemas solo con dinero o con subsidios, si no volviendo a ser autónomas y tomando decisiones en base a sus activos más importantes, como su relación de interdependencia con quienes co-habitan sus islas. Y es algo muy bonito porque se vuelve a sentir el cuerpo como un sensor, a través de la comprensión de los calendarios bioculturales”.

Entre las operaciones que se realizaron para confeccionar los calendarios bioculturales estuvo la identificación de ciertas especies que, informa Ricardo Rozzi, “tienen una gran fuerza biocultural. Por ejemplo, la llama o la alpaca en las culturas del Norte de Chile; el junquillo con el que se hace la cestería en la cultura yagán en el Cabo de Hornos; el coigüe de Magallanes, desde el cual se ha extraído durante milenios la corteza con la que se han fabricado las canoas. Es gracias al pájaro carpintero gigante -que mantiene a raya las larvas- que este pueblo originario accede a cortezas adecuadas para confeccionar sus embarcaciones. Entonces, se produce un acoplamiento entre cohabitantes distintos: pájaro-árbol-humano”.

Fuente; El Mostrador- Agenda País