¿Cuánto contaminan las luces de Navidad?
Un año más, las calles de pueblos y ciudades comienzan a encender las luces que auguran la llegada de la época navideña. Adelantándose cada vez más en el calendario, el alumbrado baila al son de la antigua Roma, que durante las fiestas del solsticio de invierno iluminaba las calles con antorchas. Más tarde, en cuanto a guirnaldas se refiere, el fuego dio paso a las bombillas y los antiguos tungstenos se han transformado finalmente en las luces LED que copan las noches navideñas hoy en día.
En la carrera por el bajo consumo, esta tecnología ha ido expandiéndose a una velocidad vertiginosa al no desperdiciar su energía en forma de calor. Sin embargo, en la relación entre las luces navideñas y la contaminación que generan hay unas cuantas aristas más. El astrofísico y experto en contaminación lumínica, Alejandro Sánchez de Miguel, las sintetiza en tres: el desperdicio energético; la emisión de CO2 en la producción de electricidad y en la fabricación de las luces; y la contaminación lumínica.
«La razón principal para su uso es la estimulación de la segregación de hormonas de la felicidad para favorecer las compras navideñas», explica Sánchez de Miguel. «Es en definitiva un ejercicio de márketing».
¿Las luces LED tienen una menor huella de carbono?
Las luces LED actuales, aunque tienen un consumo muy inferior al de las tradicionales, tienen otros muchos contras. «En su fabricación se emiten muchas toneladas de CO2, se extraen tierras raras que son muy contaminantes y su minería es uno de los fenómenos más destructivos del planeta», explica Sánchez de Miguel.
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Que sean más o menos sostenibles que las luces tradicionales depende, en primer lugar, de que «su ahorro energético sea mayor que el que las que había antes, que ese ahorro energético sea suficiente para compensar el impacto ambiental de su fabricación» y, por último, «que sus emisiones luminosas sean menores que las que había tradicionalmente».
La contaminación lumínica «tiene muchos impactos, las luces de navidad son tan solo un incremento estacional de la misma», explica. «Atraen insectos a las ciudades y pueblos», que a su vez pueden atraer algunos animales a la ciudad, «como murciélagos o incluso plagas vegetales». Según el experto, si se mantienen las luces hasta tarde, también pueden interferir en el descanso.
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«En el mundo, apenas se realizan medidas para el control real de la contaminación lumínica o de las emisiones de CO2 reales. Como mucho, se ve cuál es el gasto energético en el mejor de los casos, cuando en una gran parte de los casos, la mayor cantidad de emisiones se realiza en el transporte o en la fabricación».
El efecto rebote de las luces navideñas: menor coste, mayor consumo
La famosa eficiencia energética de las luces LED también podría estar en el punto de mira a causa del llamado efecto rebote, según un estudio publicado en la revista Ciencias de la energía y el medio ambiente: «Es posible que las mejoras en la eficiencia luminosa de las lámparas de exterior no generen ahorros de energía o reducciones en las emisiones de gases de efecto invernadero», explica el estudio. «Cuando la luz se vuelve más barata, muchos usuarios aumentan la iluminación y algunas áreas que antes no estaban iluminadas pueden alumbrarse».
Un estudio publicado en Science Advance afirmó que la contaminación lumínica crece un 2.2 % al año, apoyando la teoría del efecto rebote. Según indican, el objetivo de la «revolución de la iluminación», la disminución del consumo de energía, «podría verse socavado por un efecto rebote de un mayor uso en respuesta a la reducción del costo de la luz».
Además, la Navidad se extiende cada vez más en el calendario: las luces se encienden una media de 200 horas durante 35 días, desde el 1 de diciembre hasta el 6 de enero en la mayoría de los casos, según datos de la Fundación Adeces. Sin embargo, el encendido en muchas ciudades y municipios se adelanta mucho más, como Madrid, que en 2022 celebró su encendido oficial el 24 de noviembre.
Variabilidad de las fuentes de energía
La electricidad no es una energía limpia, sino que aún procede, dependiendo del día y la hora, de combustibles fósiles. El Instituto para la Diversificación y Ahorro de Energía (Idae) cifra en 340 gramos de CO2 cada kilovatio por hora de luces LED. Sin embargo, obtener las cifras de gasto y, por tanto, de contaminación, no es una tarea sencilla. No hay estudios que indiquen el aumento en el uso de la electricidad que traen consigo estas fechas, ni de la contaminación que supone según el día y la hora, ya que las fuentes de producción de energía son muy variables.
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Según publicó un sitio de noticias español en 2022, «todas las ciudades, tanto las que no cambiaron nada respecto a otros años como las que optaron por otro enfoque, aseguraron que el peso que tienen las luces de Navidad respecto al gasto en alumbrado público es “ínfimo” al tratarse de luces led».
Lo mismo ocurre con el impacto ambiental. «Es obligatorio (medir las cifras) siempre que una instalación pueda afectar a una zona protegida y, dado que la contaminación lumínica tiene un alcance de hasta 400 kilómetros, todas las zonas protegidas se ven afectadas en menor o mayor medida«.
Luces navideñas: ¿Cálidas o frías?
Además de esos impactos, la tecnología LED ha traído consigo un blanqueamiento de las luces nocturnas de las ciudades. Aunque pueden generar cualquier color, en algunos países se ha instaurado el blanco por encima de las antiguas bombillas anaranjadas.
«La luz blanca está compuesta de todos los colores del arco iris. Si nos centramos por ejemplo en la luz azul, la verde y la roja, donde el ser humano tiene una máxima sensibilidad, la luz azul es la que más se dispersa en la atmósfera y en nuestro ojo», señala Sánchez de Miguel.
Por este motivo, la luz fría contamina más, deslumbra más y no es especialmente útil para la visión. Además, según el experto, es el tipo de luz que más afecta a casi todas las especies y a la regulación hormonal de los humanos, debido a que las ondas de color de la luz fría son más cortas y varían más rápido que en el caso del naranja. Esto provoca que al dispersarse «choquen» con las superficies que encuentran en su camino en mayor medida y, por tanto, que la sensación de resplandor sea mayor.
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En su caso, la luz roja apenas afecta a unas pocas especies, pero tampoco es muy eficiente para la visión. «Por tanto, históricamente, la luz anaranjada ha sido el mejor compromiso entre el confort visual y la eficiencia», afirma el astrofísico, motivo por el cual los diseños de iluminación agradables eligen colores muy cálidos. «Son los históricos, ya que durante millones de años nos hemos iluminado con fuego». En este cóctel de condicionantes, todo lleva a un denominador común: un mayor nivel de contaminación lumínica en las ciudades.
Hacia otra Navidad: cómo decorar de una manera más amigable
En la actualidad existen alternativas que acercan a una luz navideña con menor impacto medioambiental. «En algunos lugares, como por ejemplo el centro de Londres, han optado, en vez de recurrir a la iluminación masiva, por la decoración física que sirve también por el día. Por lo que no solo es menos contaminante lumínicamente, sino además desde el punto de vista del marketing».
Otro ejemplo podría ser la ciudad de Manchester, que ha diseñado una decoración navideña biodegradable y con materiales reciclados. «El secreto de contaminar menos es, simplemente controlar lo que haces y medirlo. Por desgracia, la contaminación lumínica es un área muy interdisciplinar y nueva, lo que hace muy difícil conseguir fondos para general las herramientas para que pueda ser controlada de manera eficaz».
Aún son una gran mayoría las ciudades que ni siquiera han comenzado a subirse al carro de la Navidad sostenible. «La Navidad es una fiesta astronómica y familiar, a la cual poco a poco vamos extrayendo todo su significado y vamos convirtiendo en un mero espectáculo consumista. Reconocer su impacto ambiental es simplemente mala prensa, que es exactamente lo que pretenden evitar», concluye Sánchez.