El maquillaje verde de la empresa Adecoagro
El agronegocio tiene varias estrategias para esconder, maquillar o invisibilizar los impactos profundos en la salud, el ambiente, la soberanía, autonomía y seguridad alimentaria de las comunidades víctimas de esta forma extractivista de producción.
Estas estrategias son tendenciosas en el mejor de los casos, como argumentar que se mejoró la protección del suelo gracias a la siembra directa, omitiendo la pérdida de fertilidad y de biodiversidad en los mismos por el uso de pesticidas y fertilizantes sintéticos. En el peor de los casos, son estrategias directamente falsas, como el viejo mito de “venimos a combatir el hambre en el mundo con los transgénicos”. Pese a la introducción de los Organismos Genéticamente Modificados (OGM) en la producción, el hambre ha aumentado.
Podríamos detenernos en muchos aspectos de cada una de estas estrategias, que tienen que ver más con argumentos relativos a la producción per se en general. Pero existen otras formas más sutiles, como las de la compañía Adecoagro y sus marcas, que se infiltran con mayor disimulo entre los consumidores.
¿Quiénes integran Adecoagro?
Adecoagro fue fundada en 2002 por Mariano Bosch y pronto recibió una inversión de 50 millones de dólares del propio George Soros. Es una de las principales empresas del agronegocio argentino, aunque de capitales trasnacionales, principalmente de Luxemburgo. Está valuada en 1.100 millones de dólares. Desde el año 2011, cotiza en la Bolsa de Nueva York y, recientemente el 10 por ciento de la compañía fue adquirida por Tether Holdings Company, una de las mayores empresas de criptomonedas del mundo.
Cuenta con un sector de agrocombustibles (producción de etanol), pero es una firma principalmente cerealera. Posee una planta de procesamiento de maní en Dalmacio Vélez (Córdoba), otra de procesamiento de girasol en Pehuajó (Buenos Aires), una planta de almacenamiento de granos (con disponibilidad para 70.000 toneladas anuales) en la provincia de Santa Fe y otra, también en la provincia de Buenos Aires (con capacidad de 190.000 toneladas al año).
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Para producir, ya sea para la industria alimenticia o energética, Adecoagro utiliza agrotóxicos. E incluso fumiga de forma ilegal. En septiembre pasado, la empresa fue denunciada por pulverizar una escuela en Exaltación de la Cruz (provincia de Buenos Aires), violando una medida cautelar que prohíbe hacerlo a menos de mil metros de viviendas, escuelas y cursos de agua.
Desde la asamblea Exaltación Salud se señaló el profundo greenwashing (maquillaje verde) de la compañía. También, que en el expediente judicial sobre la fumigación a la escuela, el pulverizador y la firma en la receta agronómica pertenecen a un contratista y a un empleado de la empresa, respectivamente. El caso se sumó, denunció la asamblea, a la lista de otras fumigaciones ilegales que son cajoneadas sistemáticamente por el Ministerio Público Fiscal. La impunidad está al servicio de estas empresas.
Esta no es la única denuncia que recibió a lo largo de su historia. Por citar otro ejemplo, en la provincia de Corrientes, Adecoagro fue denunciada por apropiarse ilegalmente del agua del Río Corrientes, uno de los más importantes de la provincia. Este hecho ocurrió durante 2022, en el marco de la enorme sequía y crisis hídrica que sufría gran parte del país. La empresa se hizo del agua usando siete bombas con una capacidad de extracción tres veces superior a la permitida por la concesión con el objetivo de salvar los cultivos de arroz que desarrolla en esa provincia. La extracción de agua por encima de lo permitido perjudicó a otros productores río abajo. Extractivismo en su máxima expresión.
Adecoagro es un caso paradigmático de los grupos empresariales que se enriquecieron con la profundización del agronegocio en las últimas décadas en Argentina, dejando detrás un gran costo sanitario y ambiental. Un enriquecimiento, vendido como un ejemplo de éxito capitalista, sobre la base del sistema de producción extractivista: explotación sistemática de animales, ecosistemas y comunidades sacrificables.
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La compañía es una de las principales concentradoras de tierras en Argentina, con 217.810 hectáreas, tan solo por detrás del Grupo Los Grobo. Es dueña de conocidas marcas, como Molinos Ala (snacks y arroz), Las Tres Niñas (lácteos) y Apóstoles (leche y arroz), entre otras. No solo opera en el país: también se expandió a Brasil y a Uruguay. Recibió premios de instituciones con vínculos con el agronegocio, como el Oro a la Excelencia Agropecuaria otorgado por La Nación y el Banco Galicia, o el Premio Konex a Empresarios del Agronegocio, otorgado a su CEO y fundador Bosch en 2018.
El mencionado Bosch es hijo de Mariano Miguel Bosch, quien fue integrante de la entidad del agronegocio CREA (Consorcios Regionales de Experimentación Agrícola), vicepresidente del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA) durante la presidencia de Mauricio Macri (falleció en 2023).
A pesar de tener un perfil mucho más bajo que otros pesos pesados del agronegocio, como Gustavo Grobocopatel, Bosch es parte del lobby empresarial con la política. Al igual que su padre, integra CREA y también la Asociación Argentina de Productores en Siembra Directa (Aapresid). En noviembre pasado, junto a Luis Pérez Companc (presidente de Molinos Agro) y Martín Castelli (Blue Star Group, consorcio de empresas de accesorios como Todomoda e Isadora), elogiaron la gestión de Javier Milei en el 14° Foro Abeceb. El foro es un encuentro de empresarios sponsoreado por empresas como Aluar, Pan American Energy y Clarín. En la reunión estuvieron como oradores el ex presidente español Mariano Rajoy, el ex mandatario mexicano Felipe Calderón, Macri y el ministro de Desregulación de la Nación, Federico Sturzenegger.
Adecoagro y su discurso de producción «sustentable»
Si se ingresa a la página de Adecoagro, se ve que el retrato de empresa sustentable y socialmente responsable no es un simple agregado al marketing de la compañía, sino un elemento central del mismo. De hecho, la primera frase que aparece en la animación que da la bienvenida a la página web es: “En Adecoagro desarrollamos un modelo sustentable de producción de alimentos y energía renovables”.
Fácilmente, desde la página principal se puede acceder a una pestaña que reza “Sustentabilidad”, donde se ven las distintas certificaciones que ha recibido: Cafetra Soja Responsable (otorgada por la Mesa Global de Soja Responsable, un consorcio fundado en Suiza e integrado por entidades de distintos países, entre ellas Aapresid); BRCGS Food Safety (distinción en seguridad alimentaria reconocida por la Asociación de Minoristas Británicos) e incluso un sello de Agricultura Familiar del Ministerio da Agricultura de Brasil, entre otras.
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En el apartado de “Políticas” puede verse el supuesto compromiso en políticas de Derechos Humanos, Ambiental, de Seguridad e incluso de Bienestar Animal, entre otros. A modo de ejemplo: en Derechos Humanos, Adecoagro se declara comprometida “con el respeto, la defensa y el cumplimiento de los derechos humanos en todas nuestras operaciones y lugares donde desarrollemos nuestras actividades (…) Entendemos que el acceso a la salud es un derecho de todos y nos comprometemos a contar con políticas y recursos internos dirigidos a reducir el riesgo de enfermedad y otros agravantes”.
Sus marcas trasladan mucha de esa retórica a eslóganes simples, fácilmente identificables en los empaques de sus productos. Tal es el caso de la leche Las Tres Niñas y la frase “Impacto Positivo” que acompaña su envase. En la página web de la marca láctea se expresa: “Sabemos que el crecimiento sustentable sólo es posible si producimos cuidando el ambiente y a las personas”.
¿Capitalismo humano y sustentable?
La actividad de Adecoagro es extractivista y petro-dependiente. Libera toneladas de agroquímicos contaminantes al ambiente, con moléculas que se diseminan por kilómetros, diezmando la biodiversidad de los ecosistemas circundantes y contaminando masivamente las fuentes de agua. ¿Cómo puede, entonces, expresarse que dicha actividad es sustentable? ¿Cómo puede afirmarse que favorece la salud del suelo?
Si fumigan ilegalmente escuelas con agrotóxicos cancerígenos y causantes de otras enfermedades no transmisibles, ¿cómo pueden argumentar que respetan los derechos humanos y que están comprometidos con la salud? Cuando se violan medidas cautelares con la complicidad de un Estado de perfil extractivista. ¿Cómo pueden manifestar que buscan generar “el bienestar de las comunidades en las que estamos presentes”?
Cuando son parte del agronegocio que ha convertido a la Argentina en uno de los países del mundo con mayor deforestación, contribuyendo directamente al cambio climático. ¿Cómo pueden decir que combaten el cambio climático con la excusa de que sus cultivos secuestran dióxido de carbono?
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Si una compañía tan grande destina tantos recursos a promocionarse como sustentable, inclusiva, comprometida, apelando, entre otras cosas, al “consumo consciente”, es porque necesitan de ello para sostener sus negocios, ya que el compromiso en los hechos no existe. En algún punto, el capitalismo no puede disociarse de esa necesidad de mostrarse como un hecho positivo para la humanidad y el planeta, aunque realmente vaya en la vía contraria.
Existe una cara del capitalismo más abiertamente descarada y dura: la militarización de Vaca Muerta, y otros territorios “clave” para asegurar el extractivismo; la criminalización de la protesta, y los desalojos de comunidades para ocupar territorios. Pero esa cara necesita otra, complementaria, la del “capitalismo humano, sostenible y sustentable”, que contrasta para ofrecer una falsa alternativa a aquellas actividades cuya destructividad y despojo no pueden disimularse.
El “capitalismo humano” se basa en grandes mentiras. Adecoagro es un ejemplo, de tantos que pueden ser mencionados, de cómo el extractivismo, el despojo, la contaminación, el ecocidio, la enfermedad y hasta la muerte se maquillan y se disfrazan con certificaciones, publicidades bonitas y premios de instituciones afines a sus negocios.
¿Cuáles serán las trampas que pondrá el sistema para confundirnos en el futuro? Empresas como Bayer-Monsanto ya están vendiendo bioinsumos con la excusa de ofrecer alternativas a la síntesis química, pero con la misma lógica capitalista y extractivista de siempre. En Entre Ríos, en diciembre pasado, la Legislatura provincial aprobó la reducción de las restricciones para las fumigaciones y permitió que, en la práctica, se pueda pulverizar a tan solo diez metros de viviendas y a 15 metros de escuelas, con el argumento de la incorporación de drones y el mito de las «Buenas Prácticas Agrícolas». Los derechos sociales ganados por las luchas populares, son asimilados al sistema y vehiculizados a su favor, como ocurre, visiblemente, en el discurso empresarial de Adecoagro.
La hidra capitalista se camufla y se adapta a los nuevos debates sociales. Tal vez la salida no sea tratar de desbaratar cada una de sus mentiras, cortar cada una de las cabezas, sino dejar de creer en que el capitalismo puede llegar a ser algo que no es. Y apostar, efectivamente, por la agroecología, la soberanía y la autonomía alimentaria y el Buen Vivir.